Estados Unidos soltó el jueves una bomba, literal y figurada, al aprobar una venta de misiles y armamento por 2,680 millones de dólares a Canadá. Mientras el primer ministro Mark Carney refuerza su defensa como si preparara un castillo medieval, las tensiones con Washington tienen a todos más nerviosos que un pavo en noviembre.
El Departamento de Estado detalló que el paquete incluye hasta 3,414 bombas BLU-111 de 226 kg para arrasar tropas, 3,108 bombas GBU-39 para acertar objetivos fijos con precisión quirúrgica, y más de 5,000 kits JDAM para transformar bombas torpes en misiles inteligentes. Según ellos, esto hará que Canadá pueda “disuadir agresiones”, trabajar en sintonía con las fuerzas yankis y defender el continente como un dúo dinámico. Es como si le prestaran a su vecino una bazuca para vigilar el patio trasero juntos.
Carney, quien reemplazó a Justin Trudeau, anunció en agosto que Canadá alcanzará el 2% del PIB en defensa exigido por la OTAN mucho antes de lo planeado. ¿Motivo? Las dudas sobre si EE. UU. seguirá siendo el guardaespaldas confiable de siempre y el temor a que Rusia haga una fiesta no invitada en el Ártico. Donald Trump, por su parte, no pierde oportunidad de criticar a la OTAN, acusando a los aliados de ser unos aprovechados, y ha repetido que Canadá debería ser el estado 51, como si quisiera adoptarlo en un mal chiste de bar.
Así que, mientras Carney arma su arsenal con juguetes letales, Trump parece debatir entre venderle más armas o simplemente anexar el país. ¿Alianza militar o broma expansionista? Esto está más enredado que un cable de auriculares.