
En una sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, convocada por Perú para discutir el asilo diplomático, México sacó el pecho y reafirmó su amor eterno por esta figura humanitaria. La embajadora Luz Elena Baños, representante ante la OEA, dejó claro que nadie tiene permiso para meterle mano a la Convención de Caracas de 1954, ni con pinzas ni con buenas intenciones.
Baños fue tajante: cualquier cambio al tratado necesita el visto bueno de todos los Estados parte, incluso de los que no están en la OEA. Y lanzó un dardo al aire, diciendo que usar un caso específico —como el asilo dado a la exministra peruana Betssy Chávez y la falta de salvoconducto— para abrir este debate es como querer cambiar las reglas del Monopoly en medio de una partida. Eso, afirmó, va contra la irretroactividad de la ley y la certeza jurídica. “Si realmente hubiera consenso regional para reinterpretar la Convención, ya se habría discutido por los canales correctos, no como reacción a un drama particular”, soltó con tono de quien explica lo obvio.
Insistió en que el asilo no es un juguete político ni un pleito de vecindario, sino un mecanismo humanitario. Recordó que la Convención obliga a dar salvoconducto a los asilados, algo que, según ella, sigue en el limbo. También advirtió que debilitar normas como la inviolabilidad de sedes diplomáticas es jugar con fuego. Para cerrar, México extendió la mano al diálogo, pero con una condición: respeto absoluto a las reglas internacionales que todos firmaron con gusto.
Así, México se planta como el guardián del asilo, dejando claro que no hay espacio para reinterpretaciones de última hora. ¿Será este un round diplomático o solo el preámbulo de un culebrón más largo?
