¡Prepárense para un viaje salvaje por Nigeria, donde la seguridad está más perdida que Wi-Fi en el desierto! El país más poblado de África enfrenta un cóctel explosivo: Boko Haram y su primo rebelde, Estado Islámico en África Occidental, hacen desastres en el noreste, mientras pastores y agricultores se pelean por tierra como si fuera el último pedazo de pizza. A esto súmenle bandas criminales, separatistas igbo en el sureste y un hambre que tiene a 35 millones de personas al borde del colapso para 2026, según el Programa Mundial de Alimentos.
En el norte, seis millones enfrentan la peor crisis de hambre en una década, especialmente en Borno y Sokoto, con niños en la cuerda floja. David Stevenson, del PMA, advierte que la desesperación podría engordar a los grupos insurgentes, convirtiendo el hambre en un imán para yihadistas como JNIM, rama de Al Qaeda, que ya reclamó su primer ataque en octubre. Boko Haram y sus escisiones, como ISWA y Ansaru, controlan zonas, mientras “bandidos” secuestran en escuelas e iglesias por dinero rápido. El cambio climático empuja a comunidades al centro, avivando peleas por recursos más intensas que un Black Friday.
Y entonces llega Donald Trump, acusando a Nigeria de “genocidio” contra cristianos y amenazando con cortar ayuda e intervenir militarmente. El 31 de octubre designó a Nigeria como “preocupación particular” por libertad religiosa, y Pete Hegseth, secretario de Defensa, tuiteó que “matarán terroristas” si Abuya no actúa. Restricciones de visado cayeron este miércoles, pero la Unión Africana replica: “No hay genocidio, las víctimas principales son musulmanas”. ¿Intervención heroica o malentendido épico? Esto huele más raro que pescado olvidado en el sol.