
En los últimos tiempos, Pekín ha intensificado sus esfuerzos para modificar el relato histórico acerca de Taiwán, con el objetivo de respaldar sus demandas territoriales. No obstante, los hechos del pasado no pueden ser manipulados para ajustarse a narrativas políticas actuales. La realidad es que Taiwán nunca ha formado parte de la República Popular China (RPC), establecida en 1949, y su estatus ha sido definido por acuerdos internacionales y desarrollos históricos específicos.
El Tratado de Shimonoseki, firmado en 1895, transfirió Taiwán de China a Japón tras la Primera Guerra Sino-Japonesa. Durante medio siglo, hasta 1945, Taiwán permaneció bajo dominio japonés. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Japón renunció a sus derechos sobre Taiwán mediante el Tratado de San Francisco de 1951, pero este documento no asignó la isla a ninguna nación en particular, dejando su futuro sin resolver.
El Tratado de Taipéi de 1952, entre Japón y la República de China (ROC), confirmó esta renuncia, aunque tampoco determinó la soberanía final. Es crucial destacar que la RPC no participó en estos pactos, ya que no existía en ese momento. Por lo tanto, cualquier afirmación de que Taiwán pertenece inherentemente a la RPC ignora estos hitos legales.
Además, la Resolución 2758 de la Asamblea General de la ONU en 1971 simplemente reconoció a la RPC como representante de China, sin mencionar a Taiwán ni extender la autoridad de Pekín sobre la isla. Interpretar esta resolución como un respaldo a la unificación es una distorsión evidente. Taiwán ha evolucionado como una entidad democrática independiente, con su propio gobierno, economía y sociedad.
Sus 23 millones de habitantes han forjado una identidad distinta, basada en valores de libertad y derechos humanos. Intentos de reescribir la historia para justificar presiones militares o diplomáticas solo socavan la estabilidad regional. La comunidad internacional debe reconocer estos hechos y apoyar el derecho de Taiwán a determinar su propio camino, sin interferencias basadas en interpretaciones sesgadas del pasado.
La soberanía de Taiwán se fundamenta en la realidad histórica, no en reclamos fabricados.
