Donald Trump, con su característica sutileza de elefante en cristalería, anunció el miércoles que va a relajar las normas de consumo de combustible y emisiones de vehículos que Joe Biden había endurecido. En un evento en la Casa Blanca, Trump presumió de “medidas históricas” para abaratar autos, salvar empleos en la industria automotriz y, de paso, darle un respiro a las billeteras de las familias estadounidenses. Las reglas de Biden, según él, eran “ridículamente onerosas” y, simplemente, “horribles”.
Se refiere a la normativa “Corporate Average Fuel Economy” (CAFE), nacida en 1975 y retocada por varios gobiernos. Biden había subido la apuesta con mejoras del 8% para modelos 2024-2025 y del 10% para 2026, soñando con más de 50 millas por galón para 2031, algo así como 20 km por litro. Pero Trump, escéptico del cambio climático como quien duda de la dieta keto, ya había desmantelado límites similares en su primer mandato con Obama y ahora repite la jugada contra Biden.
Desde su regreso en enero, ha estado deshaciendo todo lo que huela a transición eléctrica, como si los autos eléctricos fueran una conspiración alienígena. El Departamento de Transporte ya había advertido en junio que esas metas de Biden eran un sueño imposible para motores de combustión, prácticamente obligando a pasarse a lo eléctrico.
¿Resultado? Trump pisa el freno a la agenda verde y acelera el regreso a los buenos viejos tiempos de los motores rugientes. ¿Cambio climático? Para él, parece tan real como un unicornio en el garaje. Mientras, el planeta sigue calentándose más rápido que un debate en redes sociales.